Filosofando la economía

¿Qué es más importante para quien anhela conocer la realidad nacional y de buena forma, la internacional, que escudriñar el hecho económico de manera esencial? Filosofando la economía surgió precisamente por la necesidad de abordar la cuestión filosófica y desde allí entender el hecho económico. Filosofía, el arte de discurrir intelectualmente, de cantar en contrapunto decía el fallecido Padre Leonardo Castellani, jesuita y sabio pensador argentino. La filosofía es la búsqueda de la verdad al final de todo; la abordo desde una perspectiva clásica, aristotélica, agustiniana y tomista; también la he de contraponer con pensadores racionalistas y naturalistas, entre estos ciertamente, los llamados "progresistas"; Pero la contraposición con estos últimos es puramente estética pues la filosofía no es el arte del ingenio pero sí, el ejercicio o la facultad de lo real.

Quedarme en lo filosófico también sería un error. Por eso, se aborda en la medida del tiempo disponible, las herramientas técnicas usadas para la medición del hecho económico, una suerte de métodos cuantitativos y cualitativos de vanguardia y su incidencia en la fijación de políticas y análisis de problemática macroeconómica.

A pesar de ser economista, no estoy  afanoso en demostrar las ventajas del estudio de la economía como una ciencia formal. Esto, debido a que ésta se ubica debajo de otras con mayor e importancia siempre supeditada a las ciencias políticas y jurisprudencia. Solo por citar un ejemplo; de la metafísica, Soren Kierkergaard decía con su aguda ironía, que es la ciencia que no sirve, porque todas las demás, la sirven a ella. Volviendo al tema, muchas de las explicaciones sobre el por qué de las políticas públicas aplicadas y de la gestión empresarial en nuestra América Latina, pasan por errores que nacen en las falsas concepciones de Estado, sociedad y empresa. Es ahí donde aportaremos con argumentos de grandes pensadores  para analizar el hecho económico.

Como dosis biográfica puedo decir que en la adolescencia surgió mi interés por estudiar economía y posteriormente sobre el objeto real de su estudio. Nací en Guayaquil (Ecuador) en 1977, linda ciudad de contrastes donde también realice mis estudios. Así mismo, viví y vivo hoy en un barrio en el cantón Durán contiguo a Guayaquil (Guayas). Si bien es cierto, en ese entorno se  facilitaba la convivencia, también se evidenciaban carencias: la falta de infraestructura básica, instituciones públicas ineficientes y otros componentes encuadrados en lo que se denomina “cuestión o problema social”. Cuestión social o problema del subdesarrollo fue la inquietud que la llevé con más fuerza a la Universidad de Especialidades Espíritu Santo (UEES) de Guayaquil; por circunstancias de la vida dejé esos estudios inconclusos y posteriormente me cambié a la Universidad Católica de Petrópolis (UCP), en el Estado de Río de Janeiro en Brasil; Allí me formé como economista en el 2006.

Subdesarrollo es una palabra que suelo usar con frecuencia debido a que no comparto el eufemismo de “en vías de desarrollo” para nuestra América de habla castellana y portuguesa. Aunque evidentemente, la América anglosajona, también entró en un grave problema cultural. No comparto aquella definición porque efectivamente no estamos en la "vía" y por otro lado no hay "desarrollo", al menos, aquel que nos libera de la pobreza, la atrofia intelectual y cultural. Poco a poco discurriremos sobre estos temas.

En nuestros pueblos, hay evidentes avances en la técnica y flujos de información que permiten tener una noción de la problemática social, política y económica. Ha mejorado el acceso a las comunicaciones y se diversificó el consumo, se han abierto más universidades, escuelas, colegios, se ampliaron los mercados y estamos en una sociedad interconectada financiera y políticamente. Se han normalizado los procesos y nos manejamos de forma estandarizada como cualquier otro país del mundo. Aquí en Ecuador también se habla inglés, la moneda de uso es el dólar y somos un  país con desarrollo de infraestructura importante en la región.

¿Todo estará bien? Sigamos. Nuestras instituciones públicas son libres, autónomas y descentralizadas según nuestra Constitución. Escogemos presidentes en las urnas, existe separación de poderes y libertad de expresión, pero aunque no la hubiera consideremos que “La gente exige las libertades de las que carece pero no usa las que posee. La gente exige libertad de expresión, no usa su libertad de pensamiento”. Tomado de Kierkergaard en su libro escrito bajo seudónimo de Víctor Eremita, O lo uno o lo otro. Así de simple.

Si este es el entorno que nos rodea, ¿Por qué no conseguimos salir de la pobreza material o peor aún, de la atrofia intelectual en la que nos encontramos? La respuesta está en la cultura, tema que profundizaremos en este blog. “Cultura es lo que salva del naufragio vital, lo que permite al hombre vivir sin que su vida sea tragedia sin sentido...”, decía sabiamente Ortega y Gasset, en su paradoja del náufrago. Este blog, queda abierto al escrutinio público.

Holger Ramos B.

¿Cultura?


Considero como Lugones creía, que estamos en un proceso de ‘cretinización’ y esto se ha agravado en los últimos 40 años en Ecuador y de forma similar en el resto de América Latina. Decir “desculturización” es una palabra que parece un contrasentido ¿verdad?; puede estar mal desde el punto de vista semántico, lo sé. Pero analicemos este tema. Si acaso yo, ciudadano ecuatoriano tengo cultura ¿Es posible que la pueda perder? La respuesta es: no. Pero pensemos si es  posible que las generaciones actuales sean más cultas que las anteriores debido al hecho de estar interconectados con medios audiovisuales, Internet 24 horas, bibliotecas  virtuales con millones de libros, acceso gratuito a la educación, diversificación de mercados y por consiguiente de aparentes oportunidades en desarrollo técnico y profesional. ¿Es posible que con todo esto, las personas en la actualidad sean más cultas que antes? La respuesta también es: no.

En Ecuador, mi padre guayaquileño y mi madre machaleña se graduaron en la que hoy se llama Universidad del Azuay, en la ciudad de Cuenca. En esa época, década del 70, dicha universidad sufrió cambios y fue extensión de la Universidad Católica de Guayaquil y luego extensión de la Pontificia Universidad Católica de Quito. Como sea. La carrera de Filosofía y Letras a tiempo completo y se estudiaba la gramática griega, latín, castellano, literatura… No se diga el rigor académico y el ejercicio intelectual, es decir: aprendizaje y razonamiento forjado por el martilleo intelectual de las bellas artes, la técnica y las ciencias.

Las bibliotecas ofrecían textos en inglés, francés, castellano, latín, griego y otros idiomas. El rigor académico hacía recordar a la universidad de Salamanca donde los profesores usaban la misma frase de “Lo que natura non da Salamanca non presta”.

Me recuerda una charla a la que accedí en formato digital del padre Castellani. Él comentaba que su amigo el pensador Lugones,  le decía que la Argentina estaba viviendo un proceso de ‘cretinización’ (eso por los años 70). Lugones comentaba que antes los libros en italiano  (también francés y otras lenguas con seguridad) eran pedidos y estudiados, es decir, el alumno estaba en la capacidad crítica para tomar un libro escrito en otra lengua y aprehender de estos, el conocimiento. Ya antes de la década de los 80, la gente no se atrevía ni a leer en italiano, aunque esta lengua es muy similar a la lengua de Castilla.

Entender el problema cultural fue el primer paso para entender el problema económico; Por eso me remonté al génesis de la filosofía primera, aquella que describía Johannes Hirschberger, que se desarrolló en la Jonia, en las colonias griegas, sur de Italia y Sicilia. Luego en la polis: las bases del pensamiento occidental.

Hoy con la visión más clara  busco exponer criterios económicos desde una perspectiva real, descomponer el problema para desvendar las actuales falsas premisas del crecimiento, del  desarrollo, del bienestar.